Ariana luchaba por respirar, cada inhalación se sentía como un esfuerzo inútil. Las manos de Sergio, firmes y desesperadas, la mantenían atrapada.
El aire entre ellos estaba cargado de tensión, de un dolor que ninguno de los dos quería admitir, pero que ambos conocían demasiado bien.
—Me arrepentí, Ariana. No debí haberte dado el derecho a negarte a mí —dijo Sergio, su voz suave, pero cargada de una intensidad que la hizo estremecer.
Como si aquellas palabras pudieran borrar lo irremediable, como si el poder que alguna vez tuvo sobre ella pudiera recuperarse con un simple lamento.
Ariana sintió su rostro acercarse al de ella, un intento desesperado por restaurar algo que ya no existía.
Los labios de Sergio tocaron su mejilla, primero con ternura, luego con una pasión desbordada, como si esperara que sus caricias pudieran devolverle el control.
Ariana intentó apartarse, pero él no la dejaba.
La abrazó con más fuerza, como si su cuerpo fuera un ancla que lo atara al pasado, arrastrándola