Cuando Sergio terminó, sus ojos se posaron en Lorna. Con voz fría y distante, le dijo:
—Debes irte.
Lorna, apenas vestida, lo miró con sorpresa y dolor. Su mente se debatía entre el deseo de quedarse y la angustia de saber que algo andaba mal.
—Pero, mi amor, ¿por qué no me llevas a mi departamento? Así estaríamos más tiempo juntos —imploró, tratando de abrazarlo.
Sergio, con manos firmes, la detuvo bruscamente.
—No juegues, vete ya. Esto es demasiado; si mi esposa se levanta, podría descubrirme. ¡Vete ya, Lorna!
Con el vestido apenas acomodado, Lorna se quedó en silencio, pero con voz cargada de resentimiento le preguntó:
—¿Qué harás el resto de la noche? ¿Le harás el amor como me lo hiciste a mí?
Sergio esbozó una sonrisa cínica y se acercó, apretando su mejilla con fuerza.
—No te confundas, Lorna. Nosotros solo tenemos sexo; a mi esposa le hago el amor. Lo que tengo con Ariana está muy por encima de ti. Acepta tu lugar y vete. Mañana iremos a la playa.
Mientras él se alejaba, Lorna