Por la noche, Imanol conducía con el corazón latiéndole fuerte.
A su lado, Marfil, con las manos entrelazadas sobre su regazo, intentaba calmar el torbellino dulce que se le formaba en el pecho.
Estaban por llegar a la mansión Darson. Un lugar imponente y elegante, pero cálido por dentro… hoy más que nunca.
En cuanto cruzaron la puerta, Freya, la madre de Imanol, se levantó del sofá con lágrimas en los ojos. Detrás de ella, su esposo —el padrastro de Imanol— les sonreía con complicidad.
También estaban Miranda e Ivy, que apenas los vieron entrar, corrieron a abrazarlos con fuerza.
—¡Me alegro tanto por ustedes! —exclamó Freya, acercándose a Marfil con un cariño que desbordaba ternura—. Marfil, gracias… gracias por amar a mi hijo, por devolverle la vida cuando pensé que se había perdido en la oscuridad.
Marfil sintió que algo le apretaba el pecho, pero no de dolor, sino de emoción. Nunca se había sentido tan bienvenida, tan profundamente querida por alguien que no la conocía de toda la