Cuando la abogada Martínez llegó al hotel, Miranda la condujo rápidamente hacia la habitación, sin perder un segundo.
—¿Recuperó su licencia? —preguntó Miranda, con la voz baja, pero con una firmeza inquebrantable.
La abogada asintió, su expresión grave.
Aunque su rostro mostraba la calma que intentaba proyectar, sus ojos traicionaban un leve temblor, como si todo lo que había dejado atrás la persiguiera.
—Sí. Al final, la justicia prevaleció. Pero… tengo que ser honesta, aunque me cueste admitirlo, el señor Torrealba sigue siendo un poder incontrolable. Es prácticamente intocable en el Mediterráneo. Lamento mucho lo que ocurrió con la señora Torrealba. Me temo que él fue quien la llevó a esa muerte.
Miranda apretó los dientes, su corazón latiendo con fuerza. No podía detenerse ahora. Ya no había vuelta atrás.
—¡Tiene que ayudarme! —dijo, su tono urgente, pero cargado de una desesperación que no podía ocultar.
La abogada frunció el ceño, confundida, pero cuando Miranda abrió la puerta