El ambiente en la mansión Torrealba estaba cargado de tensión.
Cada rincón parecía resonar con una sensación de angustia que se colaba por cada grieta de las paredes.
La opulencia de la casa no lograba ocultar la oscuridad que la envolvía.
El viejo amigo de Sergio, aquel que solo aparecía en las fiestas y que nunca aportaba más que una sonrisa vacía y un brindis superficial, sacó la chequera con una expresión burlona.
—Señora Ariana —dijo, con una diversión apenas disimulada en su voz, como si fuera una broma macabra—. Aquí tiene… cien mil dólares por un beso suyo.
Ariana sintió cómo sus manos temblaban al recibir el cheque.
Su corazón latía desbocado, y el dolor se clavó como una daga en su pecho, pero algo en su interior empezó a arder.
Esa rabia contenida que llevaba tanto tiempo guardada comenzó a tomar forma. Si Sergio quería humillarla, él se equivocaba. Esta vez, sería él quien saldría derrotado.
Una sonrisa fría, cargada de desprecio, se dibujó en su rostro. Con calma, le entre