Ariana cerró los ojos con desesperación, recostada en la cama, con la ropa de dormir pegada a su piel.
El cansancio la había invadido, y aunque deseaba descansar, no pudo evitar sentir una opresión en el pecho, como si el peso del mundo la aplastara.
Sin saber en qué momento su mente cedió, se entregó finalmente al sueño, pero algo en el aire parecía distinto esa noche, algo que la mantenía alerta, a pesar de su agotamiento.
De pronto, un estremecimiento recorrió su cuerpo. Abrió los ojos en un sobresalto, y el miedo la paralizó al darse cuenta de que no estaba sola.
Sentía una presión sobre su pecho, un calor extraño que no podía identificar. Allí, encima de ella, estaba Sergio. El mismo hombre que había amado, el que la había destrozado.
El pánico la invadió de inmediato.
Un grito ahogado se formó en su garganta, pero antes de que pudiera articular palabra, las manos de él sujetaron las suyas con fuerza.
—¡Aléjate de mí! —susurró, su voz temblando, pero llena de furia.
Sergio, con un