El asistente bajó la mirada, incómodo, y negó con la cabeza lentamente.
—Lo siento, señor, no la hemos encontrado.
Las palabras golpearon a Sergio como un mazazo en el estómago.
Un nudo de frustración y rabia creció en su pecho, su respiración se aceleró y, por un momento, la furia estuvo a punto de desbordarse.
Maldijo entre dientes, apretando los puños con tal fuerza que sus uñas casi perforaron la piel.
—¿Entonces qué es tan importante que has venido a decirme? —dijo, su voz sonando más ácida de lo que deseaba. Intentó calmarse, pero sus palabras eran como cuchillos afilados.
El asistente, visiblemente más incómodo, se aclaró la garganta.
—Hemos comprado las acciones de la empresa del señor Juárez. Ahora lo tiene en sus manos.
Los ojos de Sergio se iluminaron, pero no con esperanza. Era una chispa oscura, teñida de venganza, una malicia que apenas podía contener.
Asintió lentamente, su rostro impasible.
—Bien. —La palabra salió de su boca de manera firme y helada—. Subiré a mi habit