Lorna terminó el livestream con las manos temblorosas y una sonrisa de victoria en los labios.
Los comentarios no paraban de llegar:
“¡Monstruo!”
“¡Justicia para Ariana y Lorna!”
“¡Torrealba, podrido en dinero, pero vacío de alma!”
Cerró el celular con un suspiro entrecortado. Y entonces, las lágrimas brotaron sin permiso.
—Ahora tendrás lo que mereces, Sergio... —sollozó—. Por haber matado a nuestro hijo.
Pero su momento de alivio duró poco.
Un golpe seco en la puerta la hizo incorporarse de golpe. Su corazón dio un vuelco. No esperaba visitas. No ahora.
Y antes de que pudiera moverse, la puerta se abrió.
Alguien conocía el código.
Dos hombres entraron. Sus rostros eran de hielo. Sus intenciones, peores.
Lorna quiso correr, gritar, defenderse. Pero una mano calló su voz. Y otra la inmovilizó.
—El señor Sergio le manda un mensaje, señora —susurró uno.
Y sin más, la arrastraron fuera.
***
MANSIÓN TORREALBA
Sergio caminaba por su estudio como una fiera enjaulada.
El livestream había es