Alexa
Habían pasado cerca de 2 horas desde que Roxy había ingresado al hospital. Mis lágrimas seguían bajando por mis mejillas y, por más que quería ser fuerte, estaba cansada, cansada de todo lo que había pasado, de que la gente tratara de lastimarnos, de estar rodeada de gente enferma y mala que siempre te quiere ver mal. Pero, a pesar de que sentía el mundo encima de mí, tenía que ser fuerte, tenía que levantarme, dar unos pasos y acercarme a mi hijo, porque él no estaba mejor que yo. Había perdido un bebé y eso no es cualquier cosa. Cuando me coloco a su altura, él me mira a los ojos y me sonríe, se lanza a mis brazos y yo lo tomo tan fuerte que no lo quiero soltar. Alguien toca mi hombro, yo me separo de él y, de inmediato, limpio mis mejillas. Me volteo y, frente a mí, está la madre de Roxy, mi hijo y Tommy. Ella toma mis manos entre las suyas y me dice:
—Por favor, dime que está bien, dime que está vivo, que no le pudo hacer daño. Por favor, dime que mi hijo sigue con vida.
Yo