De vuelta en el castillo, la atmósfera era densa, cargada de una mezcla tóxica de furia e incertidumbre que oprimía el aire. El rey Theron caminaba de un lado a otro en la sala del trono, sus botas resonando con impaciencia sobre el suelo de piedra pulida, un eco de su rabia contenida. La reina Lyra observaba su agitación con una expresión preocupada, su habitual compostura real ligeramente desdibujada por la angustia maternal que sentía por su hija.
—¿Nada aún?—, gruñó el rey, deteniéndose bruscamente frente al capitán Gareth, que acababa de regresar de su infructuosa primera incursión en el bosque, con el uniforme manchado de barro y hojas.Gareth inclinó la cabeza, su rostro sombrío y cansado. —Mis hombres están rastreando cada sendero, Majestad. Encontramos huellas de la princesa, eso sí. Son pequeñas, y se dirigen hacia el bosque profundo. Y... otras marcas. Grandes. Indefinidas.—¿Indefinidas?—, repitió el rey con sarcasmo, su voz goteando incredulid