Capítulo 05.

La tenue luz de la lámpara de aceite apenas lograba penetrar la oscuridad del pasillo al que nos había conducido el dragón. Después de vendar sus heridas lo mejor que pude con los suministros encontrados en el estudio olvidado, la urgencia de escapar del castillo se había intensificado a cada latido de mi corazón. Cada segundo que permanecíamos allí aumentaba el riesgo de ser descubiertos, de que mi padre enviara a sus guardias a rastrearnos, y de que todo nuestro esfuerzo por la libertad se fuera por la borda. La sensación de ser perseguida me picaba la nuca.

El dragón se movió con una cautela asombrosa por el pasillo, su gran cuerpo llenando el estrecho espacio, casi rozando las paredes con sus majestuosas escamas. Yo lo seguía de cerca, mis sentidos en alerta máxima, atenta a cualquier sonido, por mínimo que fuera, que pudiera indicar la presencia de guardias, de pasos que no fueran los nuestros. El silencio era casi opresivo, denso, roto solo por el suave roce de sus escamas contra las paredes de piedra y mis propios pasos silenciosos, cada uno calculado para no hacer el menor ruido. El aire se sentía pesado, cargado de la expectativa de lo desconocido. La lámpara, que apenas ofrecía un halo de luz, hacía que las sombras danzaran a nuestro alrededor, convirtiendo el pasillo en un túnel de misterios.

Llegamos a una puerta de madera reforzada con metal, similar a la que custodiaba su prisión, aunque esta parecía menos imponente en tamaño, más discreta, como si no quisiera llamar la atención. El dragón dudó por un instante, su cabeza giró lentamente hacia mí, sus ojos dorados interrogándome silenciosamente. Su mirada era una pregunta clara, una búsqueda de aprobación o dirección. Parecía decir: "¿Es este el camino, Katherine?".

-¿Crees que podemos pasar? -susurré, aunque sabía que no podía entenderme en mi idioma, la pregunta era más para aliviar mi propia tensión. Señalé la puerta con un gesto de la mano, luego hice otro indicando que debíamos seguir adelante, que no había vuelta atrás, que la única opción era avanzar.

Él pareció comprender mi intención, captando la urgencia en mi gesto y la determinación en mi mirada. Con una suavidad sorprendente para su tamaño colosal, empujó la puerta con su hocico. Las bisagras chirriaron levemente, un sonido antiguo que resonó en el pasillo, revelando un tramo de escaleras que ascendían en espiral hacia la oscuridad, hacia un destino incierto. La esperanza se encendió de nuevo en mi pecho, una pequeña llama pero persistente.

Comenzamos el ascenso, el dragón delante de mí, su silueta imponente guiándome en la penumbra. Mis manos se aferraban a mi vestido, y cada paso me acercaba más a lo desconocido. El aire se volvía más fresco a medida que subíamos, y podía percibir un ligero olor a tierra húmeda y a vegetación, lo que me hizo pensar que quizás estas escaleras conducían al exterior, a la libertad bajo el cielo nocturno. La idea me llenó de una renovada esperanza, un chute de energía que me impulsó hacia arriba. El agotamiento de las horas de tensión y esfuerzo empezaba a pesarme, pero la visión de la libertad me daba fuerzas.

Después de lo que pareció una eternidad, un ascenso interminable que ponía a prueba cada músculo de mis piernas, las escaleras desembocaron en un pequeño rellano con una puerta de madera sencilla, casi indistinguible de la pared. El dragón se detuvo, su cuerpo masivo bloqueando el estrecho espacio. Omfateó el aire que se filtraba por las rendijas de la puerta, sus fosas nasales se dilataron, como si saboreara la esencia del exterior. Luego, con una mirada que parecía decir "sígueme, el camino es claro", empujó la puerta. No hubo duda en su movimiento esta vez.

Nos encontramos en un cobertizo oscuro, lleno de herramientas de jardinería apiladas desordenadamente, sacos de tierra y fertilizantes que llenaban el aire con un aroma terroso. Un tenue resplandor se filtraba por las rendijas de las paredes de madera, dibujando finas líneas de luz en el polvo suspendido. El aire aquí era fresco y olía a hierba recién cortada, a rocío, a la promesa del exterior. Era un cambio drástico del aire viciado del castillo, un soplo de vida que me llenó los pulmones.

El dragón se movió con cuidado por el cobertizo, evitando los objetos apilados con una agilidad sorprendente para su tamaño, como si supiera exactamente dónde pisar. Llegó hasta una de las paredes, una sección que parecía ligeramente más débil, y la empujó con su hombro. Con un crujido sordo, una sección de la pared se movió, revelando una abertura hacia el exterior. No era una puerta, sino un panel oculto, ingeniosamente disimulado entre las tablas. Era una salida inesperada, una huida de película.

La luz de la luna llena nos recibió, una esfera brillante y plateada en el cielo oscuro, iluminando un jardín trasero extenso y silencioso. Árboles centenarios proyectaban largas sombras sobre el césped, formas fantasmales que se movían con la suave brisa. El aire nocturno estaba lleno del suave murmullo de los grillos, el aroma dulce de las flores y la frescura de la noche. Era un mundo de paz y belleza que contrastaba violentamente con la opresión del castillo.

Salimos del cobertizo, sintiendo la fresca hierba bajo nuestros pies descalzos, una sensación liberadora después de las duras piedras de la mazmorra. El dragón se irguió en toda su majestuosidad bajo la luz de la luna, sus escamas negras brillando con reflejos plateados, como un manto de estrellas caídas. Era una visión impresionante, una criatura de leyenda hecha realidad, más hermosa y poderosa de lo que jamás hubiera imaginado. Su silueta se recortaba contra el cielo, un guardián silencioso y formidable.

Miré hacia atrás, hacia las imponentes murallas del castillo que se alzaban oscuras contra el cielo estrellado, un gigante de piedra que ahora parecía diminuto y lejano. Habíamos escapado, al menos por ahora. Pero sabía que mi padre no se daría por vencido fácilmente. Su orgullo, su poder, no permitirían que su hija y su "secreto" escaparan sin consecuencias. La cacería comenzaría pronto, de eso estaba segura. No pasaría mucho tiempo antes de que los sabuesos estuvieran sobre nuestra pista.

Volví mi atención al dragón. Él me observaba, sus ojos dorados brillando con una intensidad particular en la oscuridad, como dos pequeñas brasas. Había una pregunta silenciosa en su mirada, una incertidumbre sobre lo que haríamos a continuación, sobre nuestro próximo movimiento. Su expresión era de una lealtad que me conmovía hasta lo más profundo.

-Tenemos que irnos lejos de aquí -le dije en voz baja, mi voz apenas audible en la inmensidad de la noche-. A un lugar donde no nos encuentren, donde estemos a salvo de él y de sus hombres. Un lugar que no conozcan, donde podamos empezar de nuevo.

Él asintió lentamente con su gran cabeza, como si comprendiera mis palabras, el peso de nuestra situación. Luego, se agachó, un movimiento grácil a pesar de su tamaño, ofreciéndome su espalda. Dudé por un instante, la razón luchando contra la necesidad. ¿Era seguro? ¿Realmente podía confiar mi vida por completo a esta criatura? Pero no teníamos otra opción. La carretera, el camino a pie, sería demasiado lento y peligroso. Montar al dragón era nuestra mejor y única esperanza.

Con determinación, y una oleada de emoción, trepé sobre su lomo escamoso, sintiendo la textura de sus escamas bajo mis manos. Me aferré a las protuberancias de su piel, buscando un agarre firme. Se irguió lentamente, y me encontré a una altura vertiginosa, el mundo a mis pies, el castillo empequeñeciéndose. Sentí el poderío de sus músculos bajo mi agarre, la fuerza latente en su cuerpo. Era como montar una montaña viva, una fuerza de la naturaleza.

Después de asegurarse de que estaba bien sujeta, el dragón comenzó a moverse con una velocidad sorprendente. Cruzamos el jardín en silencio, sus pisadas apenas perceptibles sobre la hierba, como si caminara sobre nubes. Llegamos al límite de los terrenos del castillo, donde un bosque oscuro y denso nos esperaba, una masa impenetrable de árboles y sombras que se alzaba contra la luna.

Se detuvo al borde del bosque, volviendo su cabeza hacia mí una vez más. Parecía preguntarme si estaba lista, si mi determinación seguía intacta. Asentí, sintiendo una mezcla electrizante de excitación y temor ante lo desconocido que nos esperaba más allá de los límites de mi viejo mundo. El bosque era una promesa de refugio, pero también de peligros inexplorados.

Con un último vistazo hacia el castillo que se desvanecía en la distancia, una fortaleza ahora insignificante y lejana, el dragón se adentró en la oscuridad del bosque. Las ramas desnudas arañaban el aire, y las sombras danzaban a nuestro alrededor, envolviéndonos en un abrazo misterioso. Pero mientras me aferraba a su lomo, sintiendo su fuerza indomable y su calor reconfortante, supe que no estaba sola. Tenía a mi dragón, mi compañero de fuga, mi inesperado aliado.

A medida que nos adentrábamos más y más en el bosque, dejando atrás el castillo y sus secretos, una nueva aventura comenzaba. Una aventura llena de incertidumbre, de peligros inminentes, pero también de la promesa de libertad, una libertad que nunca antes había conocido. El futuro era un lienzo en blanco, y nosotros, un dragón y una princesa, estábamos listos para pintarlo juntos.

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