Capítulo 02.

La repentina apertura en el techo nos dejó bañados por una tenue luz que se filtraba desde algún nivel superior del castillo. El dragón levantó su imponente cabeza, sus ojos dorados fijos en la oscuridad de las escaleras recién descubiertas. Parecía tan sorprendido como yo, aunque su sorpresa se manifestaba en una tensión sutil en su postura, en la forma en que sus músculos se tensaban bajo las escamas negras. Era una criatura majestuosa, un ser que parecía sacado de un libro de leyendas, y estaba aquí, frente a mí, encadenado.

-Parece que alguien no quería que estuvieras tan... inaccesible -murmuré, más para mí misma que para la criatura. Mi voz sonó como un susurro en la inmensa estancia, pero él pareció escucharla, inclinando ligeramente la cabeza. Volví mi atención a las cadenas que aún lo aprisionaban. Eran de un metal oscuro y pesado, con eslabones gruesos y cerraduras intrincadas. La tarea de liberarlo no sería sencilla. Necesitaba herramientas, y rápido, pero la mazmorra no ofrecía nada útil a primera vista. Mi mente ya estaba trabajando a mil por hora, buscando soluciones en el aire. No había vuelta atrás, la decisión estaba tomada y mi convicción era férrea.

Mientras examinaba el mecanismo de un grillete que rodeaba una de sus poderosas patas delanteras, sentí su aliento cálido en mi cabello. Su gran cabeza se había inclinado, sus ojos dorados observándome con una intensidad que me hacía sentir examinada hasta lo más profundo. No había hostilidad en su mirada, sino algo más... curiosidad, quizás incluso una especie de súplica silenciosa. Era una mirada que trascendía la mera observación, era como si buscara algo en mi interior, algo que yo misma no sabía que tenía. Mi pulso se aceleraba, pero ya no era solo por miedo; una extraña conexión comenzaba a formarse entre nosotros. Su presencia era abrumadora, pero a la vez, reconfortante de una manera que no podía explicar.

-Tranquilo -le dije en voz baja, como si pudiera entenderme, como si cada palabra pudiera calmar a la bestia colosal-. Te voy a sacar de aquí. Solo necesito... algo para abrir esto. Mi voz, aunque temblorosa, buscaba proyectar una confianza que apenas sentía. Miré a mí alrededor, la tenue luz de la lámpara de aceite apenas alcanzaba a iluminar los rincones de la mazmorra. No había mesas, ni estantes, nada que pudiera servir como herramienta improvisada. El suelo era de piedra desnuda, las paredes húmedas y resbaladizas. Frustración comenzó a crecer en mi interior, una oleada de desesperación amenazando con ahogar la pequeña llama de esperanza que me impulsaba. Había llegado tan lejos, arriesgado tanto, solo para encontrarme con este nuevo obstáculo. La impotencia era un sabor amargo en mi boca.

El dragón pareció percibir mi frustración. Con un movimiento lento y deliberado, movió una de sus garras delanteras, rozando el suelo de piedra cerca de mis pies. Era un gesto sutil, casi imperceptible, pero mi atención se fijó de inmediato en el lugar. Entre sus afiladas garras, pude ver un trozo de metal retorcido, al parecer arrancado de una de las cadenas. Era burdo, irregular, con bordes afilados y una forma que sugería haber sido arrancado con fuerza bruta. Pero quizás... quizás esa pieza de metal tosca podría ser mi solución. Podría ser la llave inesperada para nuestra libertad.

Lo recogí con cuidado. Era pesado y tenía un extremo relativamente puntiagudo, áspero al tacto, pero justo lo suficientemente fino para introducirlo en las ranuras de la cerradura. Parecía casi un milagro, una respuesta directa a mi súplica silenciosa. Podría servir como una especie de palanca improvisada. Volví a la cerradura del grillete y comencé a maniobrar el trozo de metal en la ranura. Mis manos temblaban ligeramente por la tensión y la adrenalina. Cada pequeño movimiento era calculado, cada giro, una esperanza. El metal chirrió contra el metal, un sonido agudo y discordante que resonaba en la quietud de la mazmorra, pero la cerradura no cedió. La frustración amenazó con volver, pero me negué a ceder.

El dragón emitió un suave gruñido, un sonido bajo y resonante que vibró en el aire, haciendo que el suelo de piedra vibrara bajo mis pies. Bajó la cabeza de nuevo, sus ojos dorados fijos en mis manos, en cada uno de mis movimientos. Sentí una oleada de determinación, una fuerza renovada. No podía fallar. Él confiaba en mí, de alguna manera. Esa mirada, esa presencia silenciosa, era mi motor. Él no podía ayudarse a sí mismo, y yo era su única esperanza. Esa responsabilidad me pesaba, pero también me daba una motivación inmensa.

Después de varios intentos fallidos, de forcejear con el metal y sentir mis dedos entumecerse, sentí un ligero click. Era apenas un sonido, un chasquido suave, pero fue la señal más hermosa que había escuchado en mi vida. La cerradura se había abierto. Una sensación de euforia me invadió, breve pero intensa. Con renovada energía, pasé al siguiente grillete, repitiendo el proceso. Cada cerradura que cedía era una pequeña victoria, un paso más hacia la libertad, una liberación tanto para él como para mí. El proceso era lento y agotador, cada eslabón parecía más terco que el anterior, pero el simple hecho de saber que funcionaba me daba la fuerza para continuar. Las cadenas que antes parecían inamovibles, ahora cedían una por una, con un gemido metálico que celebraba su derrota.

Mientras trabajaba en las últimas cadenas que lo sujetaban al muro, noté algo más en sus ojos. Además de la curiosidad y la silenciosa súplica, había... algo más cálido. Una especie de reconocimiento. Era como si una barrera invisible se hubiera roto, como si me viera no solo como su liberadora, sino como algo más, algo que no podía nombrar. Había una sabiduría milenaria en esa mirada dorada, una profundidad que me hacía sentir insignificante y a la vez, parte de algo grandioso. Cuando finalmente la última cadena cayó al suelo con un golpe metálico y resonante, un eco de victoria, el dragón se irguió lentamente, estirando sus poderosas alas negras que parecían extenderse hasta tocar las paredes de la estancia, proyectando sombras imponentes que danzaban con la tenue luz. Su silueta era gigantesca, liberada, y el aire en la mazmorra pareció expandirse con su presencia.

Se giró hacia mí, y por primera vez, pude ver su rostro de cerca bajo la tenue luz. Sus ojos dorados eran aún más intensos de lo que imaginaba, llenos de una inteligencia ancestral. No había ferocidad en ellos, solo una profunda... contemplación. Era como si estuviera tratando de leerme, de entender quién era yo y por qué lo había liberado. Podía sentir su aliento, el calor que emanaba de su cuerpo liberado. La magnitud de lo que había hecho, y de lo que estábamos a punto de hacer, me golpeó de lleno. Había liberado a una leyenda, a una criatura de un poder inimaginable.

Nos quedamos así por un momento, en un silencio cargado de tensión y una extraña conexión que trascendía las palabras. Sus ojos dorados eran como dos soles pequeños, iluminando la oscuridad y llenando mi corazón con una mezcla de miedo y una fascinante curiosidad. Sabía que esta no era solo una huida, era el comienzo de algo mucho más grande, algo que cambiaría mi vida para siempre. La aventura, la verdadera aventura, apenas estaba comenzando, y yo, Katherine, estaba lista para enfrentarla.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP