Se cruzaron las miradas por unos segundos que se sintieron eternos. Leonard sintió que el equilibrio se desplazaba, que el tablero que él dominaba tan bien había sido girado, y ahora, por primera vez, no sabía en qué casilla estaba parado.
No sabía si Violeta estaba jugando un nuevo juego… o si, simplemente, ya no estaba jugando.
Ella dio un paso hacia él, sin apartar la vista, y con la voz más serena —y más desafiante— que Leonard le había escuchado nunca, preguntó:
—¿Por qué te molesta?
Leonard parpadeó.
—¿Molestarme… qué cosa?
—Que ya no esté detrás de ti. Que no te persiga. Que no te mire con ojos de anhelo ni te busque como una tonta enamorada. —Se cruzó de brazos—. Deberías aprovecharlo, ¿no? Ahora tienes el camino libre para estar con ella. Con tu enamorada.
La última palabra cayó como un cuchillo. Fría, certera.
Leonard apretó la mandíbula.
—Violeta, esto no es…
—¿No es qué? —interrumpió ella, alzando las cejas—. ¿No es verdad? ¿O no es apropiado hablarlo aquí, entre las pared