Lo encontró en la biblioteca, donde raramente pasaba tanto tiempo. Estaba solo, de pie frente a un gran mapa del Reino de Theros y sus territorios aliados. Su espalda ancha, los hombros tensos. Arabella se detuvo unos segundos antes de entrar, observándolo en silencio.
No se giró al sentirla.
—No esperaba verte aquí —dijo él, sin apartar los ojos del mapa.
—Eso me dicen últimamente —respondió ella con una sonrisa suave, caminando hasta quedar cerca—. Parezco estar donde nadie me espera.
Leonard suspiró y bajó los brazos.
—No estoy de humor para juegos, Arabella.
—No es un juego —dijo ella, acercándose un poco más—. Es preocupación. No te he visto en todo el día. Empecé a preguntarme si habías enfermado… o si estabas huyendo de mí.
Leonard se giró por fin. Su expresión era seria, distante.
—No estoy huyendo. Solo necesito… claridad.
—¿Claridad sobre qué?
—Sobre todo.
La respuesta fue tan vaga como hiriente.
Arabella frunció el ceño. Luego, con un tono más dulce, dijo:
—Si es por ella, L