La sala de tapices quedó en silencio tras la confesión del príncipe Leonard. La Reina Isolde lo había escuchado todo con el porte imperturbable que la caracterizaba, pero sus ojos no mentían: en ellos se dibujaba el cálculo de alguien que ya tenía otra jugada preparada.
Con elegancia fría, entrelazó sus manos enguantadas y le dijo con voz suave, como si apenas hablara del clima:
—Pues me alegra que hayamos tenido esta conversación, Leonard. Porque tengo noticias que podrían… resolverlo todo.
El príncipe giró el rostro lentamente hacia su madre, como si en sus movimientos estuviera intentando adivinar el peso de lo que estaba a punto de escuchar. En su mirada había una mezcla de desconfianza y cansancio, pero también una chispa de alerta. Con la Reina Isolde, las noticias nunca eran simples noticias. Siempre venían envueltas en intención.
—¿Qué clase de noticias? —preguntó con cautela.
La Reina no respondió de inmediato. Se levantó con elegancia, y caminó con paso contenido hasta una d