Los corredores de cristal del palacio estaban en silencio, solo interrumpidos por el eco de los pasos del príncipe y los roces delicados del vestido de Lady Violeta Lancaster. El vendaje en su pie comenzaba a tensarse con cada paso. Aunque se mantenía firme, había un brillo transparente en su mirada que delataba el dolor constante, ese que trataba de disimular incluso ante sí misma.
Leonard se detuvo.
—Te estás forzando —dijo en voz baja, mirándola con una expresión que mezclaba preocupación con algo más... más profundo, más íntimo—. No tienes que demostrarme fortaleza. Ya sé que la tienes.
Violeta bajó la mirada, terca.
—Puedo seguir.
Él la observó un instante más. Luego, sin pedir permiso, sin más preámbulo, se inclinó hacia ella y la levantó con suavidad en sus brazos, como si no pesara más que un suspiro.
Violeta ahogó una exclamación, no por incomodidad, sino por la sorpresa de lo íntimo del gesto. El calor de su cuerpo se mezclaba con el de él, y su corazón —el de Emma, dentro d