Leonard se quedó observando la cubierta del libro. Era el mismo título que tantas veces había visto en la mesa de Emma, con la misma caligrafía gótica y las ilustraciones doradas que parecían cambiar de brillo bajo la luz. El corazón le latía con fuerza. No podía apartar la mirada.
Finalmente, alzando los ojos hacia Victoria, murmuró con voz grave:
—Dime la verdad… ¿cómo funciona este libro? ¿O debería decir… este portal?
Un silencio denso llenó el apartamento. El tictac de un reloj de pared fue lo único que interrumpió aquel instante en el que la tensión parecía tangible. Victoria, con una sonrisa controlada, se acercó con pasos lentos hasta él.
—Sabía que no te iba a pasar desapercibido —susurró, rozando con la yema de sus dedos la superficie del libro como si fuera un objeto sagrado—. Pocos pueden verlo tal cual es.
Leonard frunció el ceño, dando un paso hacia atrás.
—No juegues conmigo, Victoria. Tú sabes perfectamente qué significa esto. Lo viví. Lo crucé. Perdí demasiado allí. N