Leonard caminaba al lado de Lady Violeta con la mirada fija al frente, sin detenerse demasiado en sus intentos de parecer cercana y dulce. Ella se esforzaba en mantener un tono suave, en colocar sonrisas ligeras como si quisiera borrar todo el pasado que los había enfrentado dentro del libro. Sin embargo, él no olvidaba. Cada palabra, cada engaño, cada momento de sufrimiento que ella había causado a Emma le pesaba como cadenas invisibles.
Cuando llegaron a la avenida principal, Violeta levantó una mano con elegancia, deteniendo un taxi. Abrió la puerta trasera con un gesto casi teatral, como si todavía fuera la gran dama de sociedad que había sido en Theros.
—Sube, Leonard —dijo con una sonrisa cargada de aparente dulzura.
Él dudó unos segundos, observando el interior del vehículo, como si aquella simple acción lo pusiera en un camino del que no podría regresar. Finalmente, respiró profundo y entró. Violeta lo siguió de inmediato, sentándose a su lado con un aire satisfecho.
—Al apart