Leonard dio unos pasos lentos, sintiendo cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba. Aquel apartamento no tenía nada de ordinario: las paredes blancas y minimalistas se mezclaban con columnas talladas en un estilo que le recordaba los palacios de Theros; lámparas de cristal colgaban como las de los salones del reino, y alfombras bordadas con símbolos arcanos cubrían el suelo. Era como si alguien hubiera arrancado fragmentos de su mundo y los hubiese incrustado en el presente.
Pero no fue eso lo que le heló la sangre. Fue la mesa baja de madera oscura, ubicada frente a un sillón aterciopelado, donde descansaba un libro que le resultaba demasiado familiar. El dorado de las letras grabadas brillaba bajo la luz tenue.
Llamas de traición.
Leonard sintió que el aire le faltaba.
El mismo libro. El mismo maldito libro que Emma tenía en su apartamento. El mismo del que habían escapado.
Un escalofrío recorrió su espalda, y por un instante retrocedió un paso como si hubiera visto un espectro.
—No