La ciudad de Nueva York seguía viva incluso en la madrugada. El sonido lejano de un claxon se mezclaba con el rumor constante de los autos que no parecían descansar nunca. Sin embargo, dentro del apartamento de Leonard y Emma reinaba un silencio extraño, un silencio que parecía más pesado que la propia oscuridad que rodeaba la habitación.
Emma estaba profundamente dormida, recostada contra el pecho de Leonard, su respiración suave y acompasada rozando la piel de él. Pero Leonard no podía cerrar los ojos. Tenía la mirada fija en el techo, como si allí pudiera encontrar las respuestas a lo que lo atormentaba. Su corazón latía demasiado rápido para alguien que debía estar descansando.
Alzó una mano, acariciando lentamente el cabello de Emma. Por un momento quiso convencerse de que todo estaba bien, que eran simples nervios previos a la ceremonia del día siguiente. Pero no. Lo que sentía era distinto. Más fuerte. Más real.
—Emma… —susurró con voz ronca, apenas audible.
Ella se movió incóm