La penumbra del apartamento de Victoria estaba cargada de un silencio denso, casi sofocante. Había cerrado las cortinas, dejando que solo un hilo de luz se filtrara tímidamente entre la tela pesada, proyectando una línea dorada en medio de la sala. El reloj de pared avanzaba con un tic-tac desesperante, como si quisiera recordarle que el tiempo no se detenía, aunque su mente sí.
Se dejó caer en el sofá, con la mirada fija en el techo. Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración le costara más de lo normal.
—¿Qué está pasando? —susurró con un hilo de voz, llevándose una mano al corazón—. ¿Por qué está él aquí…? ¿Por qué fuera del libro?
El recuerdo golpeó su mente con violencia. Ese mismo día, cuando había acompañado a Emma a la reunión, lo había visto. No fue un espejismo, no fue un engaño de su memoria: era él, el príncipe, su príncipe. El hombre al que ella siempre había amado desde que tuvo memoria en Theros. Sus facciones, su porte, aquella aura imposible de c