La noche había caído sobre el reino con un silencio inusual. No había música en el aire, ni pasos en los pasillos. Todo parecía sostener la respiración, como si el castillo entero presintiera que algo importante iba a suceder.
Leonard caminaba sin hacer ruido, con la capa envuelta apretadamente sobre sus hombros. Su paso era firme, pero en el fondo de su pecho, una punzada de nostalgia comenzaba a crecer como una raíz que se expandía con lentitud.
Los guardias, fieles a su príncipe, no preguntaron nada. Uno de ellos apenas asintió cuando Leonard pasó por el corredor principal hacia las cámaras reales. Él solo levantó la mano, en un gesto suave, como si con ello les pidiera silencio… o complicidad.
La gran puerta que daba a los aposentos de la reina estaba entornada. El fuego de la chimenea titilaba tenuemente dentro, arrojando sombras largas sobre los muros de piedra. Leonard se quedó allí un segundo, contemplando el umbral. Sabía que una vez cruzara ese marco, ya no habría vuelta atr