El ala este del castillo se había vuelto un eco de su alma: elegante, silenciosa… pero helada. Lady Arabella Devereux caminaba con paso firme, pero por dentro, cada latido era una tormenta. La joven noble que alguna vez fue símbolo de dulzura, generosidad y ternura, había comenzado a desdibujarse entre sombras, sustituida por una mujer que no entendía cómo había pasado de ser la prometida ideal… a la mujer olvidada.
Los retratos del corredor parecían observarla. Algunos eran de reinas antiguas, otras de princesas que habían muerto sin gloria, y una parte de Arabella temía que ése fuera su destino: desaparecer como una anécdota en los pasillos del palacio. Pero no. Ella no iba a permitirlo.
Cerró la puerta de su habitación con fuerza contenida, y al quedar sola, la máscara de serenidad cayó. Caminó directamente al espejo y lo contempló con los ojos húmedos de ira y dolor.
—¿En qué momento dejé de ser suficiente para él? —susurró, sintiendo que cada palabra le raspaba la garganta.
Apret