Lo que no te puedo dar

Valeria

La clínica estaba más silenciosa de lo habitual esa tarde. El pasillo que conducía a la habitación de Fernando tenía un aire distinto. No era exactamente calma… era concentración, como si el aire contuviera un leve zumbido de propósito. Toqué suavemente antes de empujar la puerta.

—¿Fernando?

No hubo respuesta inmediata, pero al asomar la cabeza, lo vi. Estaba sentado en su silla, frente a la pequeña mesa plegable que se instalaba junto a la ventana. Sobre la superficie, un computador portátil, varios documentos impresos y un cuaderno de anotaciones se esparcían como si el espacio ya no fuera una habitación clínica, sino una oficina improvisada.

Lo observé unos segundos antes de anunciarme de nuevo. Sus dedos bailaban sobre el teclado con soltura, como si la rehabilitación y el dolor físico fueran solo una distracción menor comparados con lo que tenía entre manos. Entonces, me vio.

—Valeria —susurró, como si mi nombre le aliviara el alma. Dejó a un lado el teclado y estiró un
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