Capítulo 32
Renata y Camila hablaban casi en susurros, con los nervios crispados, las manos húmedas de sudor. El miedo las había vuelto torpes y cada sonido del pasillo parecía un presagio.
—No pienses en irte —le advirtió Renata con un hilo de voz—. Somos cómplices en esto, Camila… si me dejas, te hundo conmigo.
Camila abrió la boca para responder, pero la puerta se abrió de golpe con un estruendo que las hizo brincar como si las hubieran descubierto en pleno crimen.
—¡Dios mío, Jeremy! —soltó Renata, llevándose la mano al pecho—. ¿Por qué entras así? Me asustaste.
Intentaba aparentar calma, pero estaba pálida como una hoja y un sudor frío le perlaba la frente. Jeremy no se dejó engañar. Sus ojos, afilados como los de un halcón, recorrieron cada rincón de la habitación en cuestión de segundos, observando demasiado, notando demasiado.
—¿Qué hacen aquí? —su voz fue un látigo seco.
Camila bajó la vista, murmurando algo inaudible, mientras Renata trataba de recuperar la compostura.
—Solo