El poder no siempre se grita.
A veces se firma.
A veces se sonríe.
Y otras… se disfraza de derrota.
Isabella sabía eso.
Por eso, cuando la notificación oficial de intervención judicial a una de sus empresas de fachada llegó esa mañana, ella no reaccionó con furia. Solo cerró la carpeta, se sirvió un té, y sonrió.
Francesca, sin entender, la observó desde el otro lado de la mesa.
—¿Nos van a congelar las cuentas en tres países y tú sonríes?
—Sí. Porque acaban de hacerme el favor que necesitaba.
—¿Qué favor?
Isabella tomó su taza y caminó hacia la ventana.
—Nos estaban tocando por fuera. Ahora entraron. Se contaminaron. Lo que no saben… es que dentro de mis empresas, nada es lo que parece. Y si ellos creen que yo les estaba ocultando algo… entonces ellos tienen mucho más que perder que yo.
Horas después, Isabella convocó una reunión con los jefes contables, dos asesores legales y un nuevo rostro: Elena Dávila, una fiscal retirada y reconocida, de reputación intachable. Francesca no ente