Siempre está para mi

Cuando llegué a casa, todavía con aquel enorme disfraz de oso puesto, sentí que mi piel literalmente hervía. El aire afuera había estado fresco, pero dentro de aquel traje no había ventilación ni piedad. Apenas abrí la puerta, escuché la risita de mi hija, seguida de un silencio abrupto y, después, su llanto. Me quedé congelada. Mi bebé estaba sentada en el suelo, jugando con una de sus muñecas, pero al verme entrar convertida en un animal gigante, abrió los ojos enormemente y rompió en un llanto tan sentido que se me encogió el pecho.

—No, mi amor, soy yo —dije rápido, quitándome la cabeza del traje mientras corría hacia ella—. Mamá, soy mamá, aquí estoy.

En cuanto mi rostro quedó al descubierto, la pequeña extendió sus brazos hacia mí con desesperación, lágrimas brotando sin control. La cargué de inmediato, sintiendo su cuerpecito caliente aferrarse a mi cuello como si temiera que desapareciera otra vez.

—Shh… ya, ya, mi amor, mamá está aquí —susurré meciéndola.

Mi mamá salió de la
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