Valeria no esperaba a nadie.
Ni una llamada. Ni una explicación.
Había pasado dos días sin ver a Liam. No lo bloqueó, pero no respondió.
Y en parte, le dolía que él no hubiera insistido más.
Pero otra parte… entendía que ambos estaban aprendiendo a no pelear a la defensiva.
Cuando sonó el timbre aquella noche, creyó que era Laura.
Pero al mirar por el visor, su cuerpo se tensó.
Liam.
Con la mirada más honesta que le había visto.
—¿Estás sola? —preguntó, cuando ella abrió la puerta.
—Siempre estoy sola —dijo Valeria, sin tono de reclamo, pero con verdad.
Liam no respondió de inmediato. Tenía una pequeña bolsa de papel en la mano.
—¿Puedo pasar?
Ella dudó, luego se hizo a un lado.
Entró en silencio, caminó hasta la sala y dejó la bolsa sobre la mesa.
—Helado —dijo—. De jengibre y limón. Sé que odiás lo dulce empalagoso.
Valeria lo miró.
No por el helado, sino por el gesto.
Porque Liam no era de esos que llegaban con excusas, ni con ofrendas.
Y sin embargo, ahí estaba, intentando abrir u