El salón estaba vestido de gala.
Cristales brillando como estrellas, vino en copas delicadas, trajes oscuros y vestidos de diseñador. Todo tan perfectamente medido que hasta el silencio tenía una nota de arrogancia.
Liam estaba acostumbrado a ese tipo de eventos.
Sonreír sin sonreír, estrechar manos, sostener conversaciones vacías que valían millones.
Pero esta noche era distinta.
Porque Valeria estaba ahí.
Y por primera vez, no era una infiltrada.
Estaba a su lado por elección. Por alianza. Por algo que aún no tenía nombre, pero pesaba como si lo tuviera.
Vestía de negro, sobria pero desafiante, con el cabello recogido y una mirada que decía: “no me pertenezco a ustedes, pero no me pueden ignorar”.
Y él no dejaba de mirarla.
—¿Qué? —preguntó ella, atrapándolo en pleno escrutinio.
—Nada. Solo estoy intentando recordar cómo era venir a estos lugares antes de vos.
Valeria sonrió, con algo de incredulidad y ternura contenida.
—Y, ¿era mejor?
—No tenía sabor —contestó él, sin vacilar.
Per