Liam cerró la puerta de su oficina con un golpe seco.
Se quitó la chaqueta, la lanzó sobre el respaldo del sillón y caminó de un lado a otro con los puños apretados.
No había pasado ni una hora desde la reunión, y ya tenía cinco correos de directivos, dos llamados de su padre y un mensaje de su abogado preguntándole si quería hacer alguna declaración oficial.
Una foto. Una maldita foto.
De lejos, de noche, sin rostros nítidos. Pero bastó.
Porque en el mundo al que él pertenecía, las percepciones eran más peligrosas que los hechos. Y el simple rumor de que estaba involucrado con Valeria podía poner todo en juego: la fusión, su reputación, la empresa, el frágil equilibrio de poder con su familia.
Pero lo que más lo inquietaba no era el daño profesional.
Era ver los ojos de Valeria esta mañana.
Dolidos. Traicionados. Como si él hubiera sido parte de esa exposición.
Como si su silencio la hubiera dejado más sola que nunca.
Se dejó caer en el sillón, hundiendo el rostro entre las manos.
No