Capítulo 4: Cruces de poder.
El lunes comenzó con un aire tenso en la oficina. Valeria sentía que todas las miradas la seguían, aunque nadie se atrevía a decir nada. La noticia de su ascenso al consejo directivo ya corría como pólvora, y con ella, las expectativas y los rumores.
Alexander parecía más distante que nunca. En las reuniones, su mirada se clavaba en ella como un faro que iluminaba, pero también quemaba. Cada gesto suyo era una prueba de fuego.
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Durante una sesión de estrategia, Alexander interrumpió la presentación de Valeria con una pregunta directa.
—¿Estás segura de que esta alianza estratégica nos beneficiará? —preguntó con esa voz firme y exigente.
Valeria sintió cómo su confianza temblaba, pero respondió con convicción.
—Sí. Los análisis muestran un crecimiento del 25% en el mercado objetivo. Es una apuesta calculada, pero con alto potencial.
Alexander la miró fijamente, luego asintió lentamente.
—Muy bien. Pero recuerda, Valeria, en este juego no hay margen para errores.
Después de la reunión, cuando todos se dispersaron, Alexander la llamó a su oficina.
—Ven —ordenó—. Quiero que veamos unos detalles importantes.
Cuando entró, él cerró la puerta y, por primera vez, bajó la voz.
—Sé que este ascenso implica presiones —dijo—. Pero también significa que tendrás menos tiempo para otras cosas.
Valeria lo miró, consciente de que hablaba de su vida fuera del trabajo.
—No voy a dejar que esto afecte mi vida personal —respondió firme.
Él sonrió, pero con un brillo que no anunciaba buenas noticias.
—Entonces tendrás que demostrarlo.
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Esa noche, Valeria se encontró con Marcelo en un parque cercano, buscando en sus ojos el refugio que la empresa le negaba.
—Alexander es… diferente —confesó, sentándose en el banco—. Su forma de controlar todo, de quererlo todo, me asusta a veces.
Marcelo la tomó de la mano con ternura.
—No dejes que te consuma. Eres más fuerte de lo que crees.
Ella suspiró, sintiendo el peso de sus palabras y la lucha interna que vivía.
—No sé cómo mantener el equilibrio. Me está consumiendo.
Él la abrazó suavemente.
—No tienes que hacerlo sola.
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Al regresar al trabajo, una nueva noticia la sorprendió: un viaje urgente a Nueva York para cerrar un acuerdo clave. Alexander le entregó los pasajes personalmente.
—Este es un paso decisivo —dijo—. Quiero que vayas, pero no sola. Marcelo también estará en la ciudad para asuntos relacionados con su startup.
Valeria frunció el ceño.
—¿Marcelo? —preguntó, sorprendida.
Alexander asintió.
—Sí. Quiero que aprendas a manejar todos los frentes. No puedes depender solo de mí.
El mensaje era claro: las piezas del juego estaban en su lugar.
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En el avión, Valeria miraba por la ventana, con los pensamientos dispersos. La tensión entre los dos hombres en su vida parecía crecer.
Al llegar, Marcelo la esperaba con una sonrisa reconfortante.
—Bienvenida a la ciudad que nunca duerme —bromeó.
Ella sonrió débilmente, sintiendo que el verdadero juego apenas comenzaba.
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En el hotel, Alexander la esperaba con un traje impecable y una mirada intensa.
—Mañana empieza la verdadera batalla —dijo—. Confío en que estés lista.
Valeria asintió, sabiendo que no solo debía cerrar un negocio, sino también enfrentar sus propios demonios.