Ante los susurros de ella, María ya estaba ardiendo como un horno, sintiendo que en su cuerpo había muchas hormigas que corrían descontroladas por cada nervio, haciéndola sentir entumecida y débil.
—Daniela, ten cuidado —dijo María al levantar la cabeza, pero no podía ver claramente lo que estaba frente a ella, seguramente había bebido demasiado.
Después de dar su advertencia, se recostó nuevamente en el borde de la mesa, esperando pacientemente.
No pasaron ni dos minutos cuando comenzó a escuchar un alboroto a su alrededor. La atmósfera cambió de repente, y María levantó lentamente la cabeza, entrecerrando los ojos borrosos para ver lo que sucedía.
Tres jóvenes robustos, con los brazos tatuados con símbolos amenazantes, se acercaban a ella con determinación. No parecían ser personas amigables.
María se dio cuenta de que la situación no era buena y estaba a punto de gritar cuando los hombres le taparon la boca con un trapo y la arrastraron bruscamente fuera del bar.
A punto de ser arra