Elizabeth despertó de golpe. Su respiración era entrecortada, como si acabara de correr una maratón.
El corazón le latía en los oídos, las sábanas empapadas de sudor.
Un sueño. Solo un sueño.
Pero no. El rostro de Liam, su voz, el olor a peligro… aún estaban en su piel.
Se sentó en la cama, con las manos temblando. Abrazó su vientre. El bebé no se movía, pero podía sentirlo ahí, como recordándole: “Estoy contigo.”
Tragó saliva, queriendo ordenar sus pensamientos.
Pero el teléfono sonó.
Eli lo miró. Número desconocido. Otra vez.
No quería contestar.
Pero algo dentro de ella la obligó.
—¿Hola?
Silencio.
—¿Quién es?
Respiración agitada del otro lado. Fuerte. Inquietante.
Y entonces lo oyó.
—Veo que te gusta repetir errores con la familia…
La voz de Liam.
Inconfundible.
Antes de que pudiera decir algo, la llamada terminó.
Eli sintió que el piso se movía debajo de sus pies.
Se levantó. Cerró ventanas. Cerró cortinas.
No podía seguir