El hospital estaba en silencio cuando Elizabeth despertó del corto descanso que había logrado. La cortina de la ventana dejaba pasar una luz suave de la tarde, y el sonido del monitor cardíaco marcaba un ritmo constante que la tranquilizaba por momentos.
David había salido un rato. Le había prometido volver con algo de comer. Ella aprovechó para estar sola con sus pensamientos… y con sus dudas. El sueño del bebé seguía presente como un eco cálido en su pecho, pero aún se sentía vulnerable. Frágil. Como si cualquier soplo de aire pudiera volver a derrumbarla.
Un golpecito en la puerta interrumpió su silencio.
—¿David? —preguntó débilmente.
Pero la figura que apareció no era la que esperaba.
Adrián.
De pie, en la entrada, con un ramo de flores baratas en una mano y una expresión fingida de arrepentimiento en el rostro. Vestía camisa blanca y jeans, como si hubiera querido parecer casual… o como si viniera del pasado.
—Eli… al fin te encuentro.
Ella sintió un frío recorrerl