Elizabeth despertó con el sonido de la lluvia golpeando suavemente los cristales. A pesar de todo lo vivido, por primera vez en semanas, no sentía miedo al abrir los ojos. David dormía en la butaca del hospital, inclinado hacia un lado, agotado pero tranquilo. A su lado, un pequeño ramo de flores y una caja con jugo y galletas dejaban claro que había pasado toda la noche cuidándola.
Recordó el caos del día anterior. La escena con Adrián aún la sacudía por dentro, pero algo había cambiado: ya no estaba huyendo. Por primera vez, se sentía lista para hacerle frente a su pasado.
—¿Estás lista? —le preguntó David más tarde, mientras caminaban hacia la oficina de denuncias del hospital.
—Sí —respondió sin dudar—. Se acabó.
El oficial que los recibió no pareció sorprendido al escuchar el nombre de Adrián. De hecho, al ingresar sus datos, algo surgió en el sistema.
—No es la primera vez que recibimos algo sobre él —murmuró el oficial—. Pero hasta ahora nadie se había atrevido a ir hasta el fi