65. De nuevo: un fugitivo.

El frío cortaba como cuchillas de hielo, y los primeros copos de nieve del día, suaves y traicioneros, comenzaban a teñir de blanco el bosque. Cada inhalación de Eryn era una puñalada de aire gélido en sus pulmones exhaustos. La brisa invernal susurraba entre las ramas de los pinos, un sonido que antes le habría parecido pacífico, pero que ahora solo acentuaba la soledad y el peligro. Sus pisadas, fuertes y tambaleantes, se hundían en la capa de hojas muertas y nieve fresca, dejando un rastro claro para cualquier cazador.

Un jadeo ronco le escapó cuando su pie se enredó en una rama oculta. Cayó de bruces, y el impacto contra el suelo helado y las ramas afiladas le arrancó un gemido de dolor. Por un instante de pánico, su mente retrocedió a la imagen de la hoguera, a las ramas amontonadas que pronto se convertirían en su pira funeraria. El miedo le dio una fuerza renovada. Se levantó tambaleándose, ignorando el escozor de los nuevos rasguños en sus brazos y rostro, y echó a correr de
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