32. Primer día.

El acuerdo estaba sellado. Las palabras "trato hecho" aún resonaban en el silencio de su habitación, pero ahora, a la luz cruda de la mañana, no sonaban a victoria. Sonaban a una sentencia autoimpuesta.

A pesar de que había sido él quien, con una calma desesperada, había tendido los términos de esa tregua envenenada, Eryn no podía dejar de pensar en la monumental idiotez que había cometido. ¿Qué clase de persona, intentando protegerse de un corazón roto, se ofrecía voluntariamente a un suplicio diario de besos robados y caricias que no significaban nada?

—¿En vez de cerebro tenía desechos de caballo? —murmuró contra la almohada, su voz ronca por la noche en vela.

No había podido pegar un ojo. Cada vez que cerraba los párpados, veía la mano de Evdenor extendiéndose hacia él, el destello de posesión en sus ojos, y sentía de nuevo el fantasma de su boca devorando la suya. La ansiedad lo había consumido por dentro, dejándole un nudo de nervios en el estómago y la mente en un bucle de auto
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