33. Laguna Lagrimal.
—No crees que esos dos están muy raros —comentó Ralion, clavando la mirada en la espalda de Eryn y el príncipe, quienes, a cierta distancia, parecían intercambiar palabras esporádicas con una calma que no existía antes.
Su hermano, Lioran, siguió su mirada y estudió la escena. Era cierto, había algo... una complicidad que trascendía la relación de un sirviente con su amo. Un roce de miradas, un gesto casi imperceptible.
—No sé por qué te sorprende —dijo Lioran con naturalidad—. Desde que conozco a Eryn, el príncipe siempre lo ha tratado más como un amigo que como un sirviente. Parece que el pequeño rizado fue el único que logró descifrar la personalidad pedante de Evdenor.
—Sí, lo sé, y eso es tan obvio que hasta un ciego lo vería —confirmó Ralion, impaciente—. A lo que me refiero es que algo... siento que algo cambió entre ellos. Es diferente.
—¿Un cambio para mal o para bien?
—Depende de con qué ojos lo mires, Lioran.
—¿Crees que...?
—Lo creo —afirmó Ralion, bajando la voz—. La otra