31. Trato Hecho.
Eryn se acurrucaba en un rincón de la pequeña y ordenada casa del médico, tiritando de frío. Llevaba horas allí, escondido tras las cortinas de lino, mirando con paranoia la calle vacía. Solo llevaba puesta su delgada camisa interior, y sus pies estaban sucios y helados por haber corrido descalzo por los pasillos de piedra del castillo. Cada crujido, cada paso a lo lejos, le hacía contraerse, esperando ver la figura alta y furiosa del príncipe aparecer para reclamarlo.

La puerta se abrió con un chirrido familiar. Lean entró, con un cesto de mercado en el brazo y el cansancio del día grabado en el rostro. Sus ojos, sabios y hastiados, barrieron la estancia y se posaron en la figura temblorosa y patética en el rincón. No mostró sorpresa. Solo un profundo, exhausto bufido, como un padre que ya está hasta el moño de las peleas de sus hijos.

Dejó el cesto sobre la mesa con un golpe seco y se cruzó de brazos.

—¿Y bien?¿Qué le hiciste? —preguntó, su voz un rezongo plano—. Te está buscando
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