25. La solución: Purificación.
Evdenor se mantenía erguido frente al trono, una sonrisa cordial y tan cuidadosamente tallada como una máscara de piedra adornaba su rostro. Era la sonrisa que usaba para negociar, para aparentar una dulzura que no sentía y una cortesía que le revolvía las entrañas. Ya vestía con las impecables ropas de viaje de Haro, listo para abandonar aquel nido de víboras. Unos pasos detrás, con la cabeza inclinada en la misma postura de falsa sumisión, estaba Eryn. A diferencia de Evdenor, el castaño sí debía evitar directamente la mirada de los monarcas; en el Reino del Alba, los plebeyos tenían estrictamente prohibido alzar la vista hacia la realeza, una norma que hoy le resultaba un alivio, pues no tenía que disimular el frío que le recorría la espina dorsal.
La audiencia no era con los herederos, sino con los propios reyes, una pareja de rostros severos y una hija—Mirabel—sentada en un trono menor junto a su madre, con una satisfacción que se leía en cada línea de su cuerpo.
Evdenor se irgui