24. La oscuridad tras el Alba.
La habitación asignada a Evdenor era, como era de esperar, opulenta. Alfombras gruesas, tapices que narraban batallas ancestrales y una cama enorme con doseles de terciopelo que parecía pedir a gritos un descanso regio. Sin embargo, para Eryn, ese lujo solo subrayaba un problema práctico: solo había una cama.
Conociendo la naturaleza posesiva pero distante del príncipe, asumió que su lugar estaría, una vez más, en el suelo. Al cerrar la puerta, con un suspiro de resignación, se quitó la bufanda azul—la misma que Evdenor le había regañado por usar como almohada antes—y la dobló con cuidado sobre la alfombra, preparando su modesto lecho.
—¿Qué estás haciendo, estúpido? —la voz de Evdenor cortó el silencio desde el centro de la habitación.
Eryn, sin volverse, replicó con una sorna aprendida del mismo príncipe: —¿Hablas solo? Porque el único estúpido aquí sería el que se dirige a sí mismo.
Oyó unos pasos acercarse. —El estúpido eres tú —dijo Evdenor, y Eryn pudo sentir su mirada clavada e