26. La razón del Rey.

—Su Majestad, no puede tomar una decisión como esta —la voz de Lean no era un desafío, sino una súplica cargada de urgencia, un último intento de apelar a una razón que parecía haberse extraviado.

—¿No? Ya la he tomado, Lean —respondió el Rey, sin alzar la vista de los mapas desplegados sobre la mesa, como si la aniquilación de un pueblo entero fuera solo un movimiento logístico más.

—Alteza, es una locura —insistió Lean, y esta vez su voz tembló, traicionando el pánico que helaba su sangre—. Es una idea imposible. No podrá eliminar a todos los magos, ni dentro ni fuera de las Tres Tierras Altas. Es perseguir un fantasma, y en el intento, sembrará un terror que envenenará este reino para siempre.

—Una vez lo logramos. ¿Por qué no nuevamente? —replicó el Rey, alzando por fin la mirada. Sus ojos no reflejaban odio, sino una lógica glacial y despiadada—. Mira, Lean, esto no es un debate. Es una medida de seguridad.

—¡Son personas! ¡Gente inocente que no puede ser marcada por los pecados
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