Kael salió primero de la habitación, la puerta se cerró tras él con un leve chirrido. El pasillo estaba iluminado por antorchas que chisporroteaban y proyectaban sombras danzantes sobre los muros de piedra. Los demás lo siguieron en silencio, dejando atrás la enfermería donde Aziel había quedado custodiando a Sareth y Eris. El ambiente era pesado, como si cada palabra que habían escuchado en los últimos días se les hubiera quedado prendida en la piel.
El eco de sus pasos se mezclaba con murmullos que flotaban en el aire, casi imperceptibles. Nadie hablaba hasta que Elena rompió el silencio con la voz baja, pero firme:
—Han frenado los ataques —comentó, cruzándose de brazos—. Lucía dijo que deben estar planeando algo grande.
Kael asintió, sin apartar la mirada del suelo.
—Así es. Todas nuestras sospechas indican que se trata de un ángel.
La sola mención de esa palabra hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Elena. Darek, caminando a su lado, frunció el ceño.
—¿Crees que tiene a