El ambiente en el castillo se volvió denso desde la partida de Lucía y Amadeo; las murallas no solo contenían la amenaza externa, sino también la desconfianza que crecía dentro. Sareth lo sentía en cada mirada que se desviaba apenas ella entraba en una sala, en los murmullos que callaban cuando pasaba por los pasillos y en los soldados que preferían apartarse antes que compartir mesa con ella. Myra era la más evidente: no se molestaba en ocultar el desprecio en sus ojos ni el veneno en sus palabras veladas, y cada vez que podía dejaba claro lo que pensaba.
Ese mismo día irrumpió en la oficina de Kael:
–La presencia de esa criatura es un error, tarde o temprano nos traicionará –dijo con un tono cargado de celos y rabia.
–Myra, cuántas veces te he dicho que no entres a mi oficina así. Creo que estás olvidando tu lugar –replicó Kael, sin levantar la vista de los papeles.
Aziel se asomó por la puerta; ya sabía de la presencia de Myra y sentía pena por ella. Llevaba años enamorada de Kae