Amadeo y Lucía se encontraban en el gran salón, revisando pergaminos y notas, preparando lo necesario para marcharse. La tensión era palpable: sabían que se trataba de un ángel, uno poderoso y antiguo, pero no tenían más que eso.
Kael se mantenía de pie. Sareth estaba a su lado, en silencio, observando cómo Lucía enrollaba los mapas mientras Amadeo ajustaba el cinturón de su armadura. La bruja y el estratega no necesitaban palabras para coordinarse; la rutina del deber los había convertido en un equipo eficiente.
—No quisiera dejarte —Lucía se dirigió directamente a Sareth—. Me gustaría que nos acompañaras, pero necesitamos que estés a salvo, y ahora este lugar es el más seguro para ti. Los ataques son cada vez más violentos, y necesitamos saber qué hay detrás.
Amadeo asintió, con la mirada fija en Sareth.
—No podemos combatir a ciegas, tenemos que averiguar el motivo tras los ataques. Todo apunta a que es alguien antiguo, alguien con poder. Quizás un ángel caído… como tú. —Esta vez,