*—Max:
La oficina de Maximilian Bryant estaba sumida en un silencio sepulcral, sólo interrumpido por el tenue tic-tac del reloj en la pared. Afuera, la ciudad seguía su curso indiferente, pero dentro de esas cuatro paredes, todo parecía haberse detenido.
Max estaba sentado en su escritorio, con la mirada perdida en la gran ventana que ofrecía una vista panorámica de Los Ángeles. Sin embargo, para él, no era más que un cúmulo de luces borrosas y sin vida. Un vaso de whisky descansaba a medio terminar junto a unos documentos que no había tocado en días. El caos de su escritorio era un reflejo perfecto de lo que sentía dentro.
Nunca se había sentido tan roto.
A lo largo de su vida, lo había tenido todo. Dinero, poder, éxito. Y aunque había momentos en los que tuvo que sacrificar sus propios sueños, jamás se sintió vacío. Hasta ahora. Ahora, todo parecía carecer de sentido. Podría firmar un contrato millonario, cerrar un trato que hiciera crecer al Grupo Bryant, pero… ¿Para qué? Na