99

​​​​​​​*—Max:

Después de un día perfecto, Max y Antonella regresaron al apartamento, aún con las mejillas sonrojadas por el aire fresco de la colina y los recuerdos que se aferraban a su piel como una segunda ropa. Apenas cerraron la puerta, Max no perdió tiempo. La miró con esa mezcla de deseo y ternura que solo él podía conjurar, y la tomó entre sus brazos como si quisiera sellar, una vez más, todo lo que sentía por ella.

La llevó hasta el dormitorio, besándola en el camino, con la urgencia de quien no se cansa de amar. Esta vez, sobre la cama, la adoró con calma y devoción, marcando su piel con caricias que hablaban más fuerte que las palabras. Y aunque Antonella no se quejaba del encuentro anterior en medio del campo, sí le lanzó una sonrisa traviesa entre suspiros cuando murmuró:

—Al menos aquí no hay caballos espiandonos…—comentó Antonella divertida.

Max rió entre besos, su voz ronca de afecto y deseo.

—Creo que uno incluso resopló cuando terminamos.

—¡Lo sabía! —respondió ella
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