*—Max:
Era un hecho: Maximilian Bryant había renunciado a la presidencia del Grupo Bryant.
El día que salió de su oficina como alma que lleva el diablo, Tiffany—quien ocupaba el antiguo puesto de Antonella—fue la primera en esparcir la noticia. No pasó mucho antes de que el rumor se esparciera como pólvora, rebotando de boca en boca hasta llegar a los oídos de su padre. Porque, obvio, ¿no?
Max suspiró con cansancio.
Después de días ignorando llamadas y mensajes, llegó el momento de dar la cara. No es que creyera que una conversación con su padre le haría cambiar de opinión, pero al menos zanjaría el tema de una vez por todas.
Abrió la puerta de su todoterreno y bajó, caminando hacia el lado del copiloto para recoger a Pimpón. El pequeño perro se removió entre sus brazos, olfateando el aire con curiosidad. Últimamente, Pimpón era su paño de lágrimas, su única constante en medio del caos. Incluso más que James, quien era su mejor amigo.
Con su mascota bien sujeta, Max avanzó hac