Isela abrió los ojos y lo primero que percibió fue un olor extraño: una mezcla de café rancio, tinta caliente y algo metálico que no podía identificar. Parpadeó. El techo estaba demasiado blanco, demasiado brillante. Las luces fluorescentes zumbaban de forma irregular, como si respiraran. Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía pesado, rígido, como si no perteneciera del todo a ella misma.
Se incorporó lentamente, apoyando las manos sobre una superficie lisa y fría. Una mesa. Alrededor, sillas alineadas con precisión quirúrgica. Todo parecía… correcto. Demasiado correcto. La sensación la recorrió como un escalofrío: nada de esto le resultaba familiar, pero tampoco lo cuestionaba. Al menos no todavía.
El reloj de pared marcaba las nueve en punto. El sonido del tictac era exagerado, demasiado fuerte. Contó los segundos varias veces, solo para descubrir que los minutos no avanzaban de forma natural. Intentó recordar cómo había llegado allí, qué estaba haciendo antes… y no apareció nada