No Estás Solo.
La sala de simulación estaba diseñada para romper a la gente en silencio. No gritaba, no presionaba, no amenazaba: simplemente dejaba que las paredes blancas, demasiado lisas para ser humanas, devolvieran cada pensamiento con un eco deformado, como si el espacio entero funcionara como un resonador de miedos.
El aire allí dentro olía siempre a metal frío, incluso cuando las máquinas estaban apagadas.
Leo estaba sentado en el suelo, con las rodillas dobladas contra el pecho y la mirada fija en la pantalla principal.
No llevaba reloj; no sabía si habían pasado minutos o horas. La única medida del tiempo era el parpadeo errático de los paneles holográficos que proyectaban imágenes viejas, retazos del pasado que el sistema ya no podía reconstruir bien.
Había pedido estar solo, aunque nadie en el Consejo necesitaba escuchar una petición tan obvia. Nadie quería estar cerca de él últimamente, nadie confiaba en la forma en que su mente parecía fracturarse en lugares que ni él mismo podía ver.